RICARDO V. MONTOTO Este país está envejeciendo a toda velocidad.
Mientras ceno un pequeño bocata de jamón y queso, la batería de anuncios de la
tele confirma mi impresión. Pegamento para que no se caiga la dentadura postiza,
crema contra la sequedad vaginal y compresas para neutralizar las pérdidas de
orina. Uno detrás del otro. Se le quita a uno el hambre. Anuncios geriátricos en
prime time, cuando los expertos publicistas saben que frente al televisor se
sienta lo más potente de la población. Y, por lo visto, a lo más potente del
país se le desprende la castañuela, pierde líquidos y está falto de lubricación.
Un panorama poco sugerente.
Y, puesto que parecemos decididos a mantener invariable la tendencia de
envejecimiento, la oferta comercial está adaptándose a la demanda. Una nación
plagada de vejestorios no requiere anuncios de cochecitos de bebé o ropa para
recién nacidos. Lo que hay que vender son potingues que disimulan las canas,
ungüentos para las piernas hinchadas y yogures que desatascan las tripas.
Desde los Pirineos hacia el Norte, todos los estados incentivan la natalidad
y ayudan económicamente a las familias con hijos. Allá, un embarazo es una gran
noticia, no sólo para los afortunados padres, sino para la sociedad en general.
Es el seguro de continuidad y relevo. Por ello, incentivan a la ciudadanía para
que procree y cuida con mimo que las necesidades de los niños estén
cubiertas.
Los permisos por maternidad y paternidad son generosos, las ayudas económicas,
siempre disponibles, todo con tal de garantizar la supervivencia futura de la
sociedad.
Aquí lo entendemos de otro modo: que una trabajadora quede embarazada suele
ser un contratiempo y fastidio para el empresario. Los permisos son los más
rácanos de Europa. Las ayudas económicas a la natalidad fueron inmediatamente
eliminadas en cuanto se declaró oficialmente la situación de crisis. La
posibilidad de que una pareja joven pueda vivir de modo independiente se procura
que sea cero. Hoy tienen trabajo, mañana quién sabe, por lo que malamente caben
los planes de futuro que incluyan niños. Así que parezco condenado a ver en la
tele esos anuncios tan poco agradables, descontando los días que faltan para que
empiecen a resultarme de interés, que ya falta menos.
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